Pensó si quizá era ella quién debía llamar... quizá había dejado de ser su derecho y ahora era su obligación. ¿Qué hacer? Llamaría a su amiga, tenía que comentarlo con ella, consultarle. Ella estaba demasiado abrumada para pensar con claridad. Y su amiga le planteó el problema tan claramente que la solución surgió sola: tenía que llamar, la educación estaba por encima de todo y ya que ella se estaba planteando hacer las cosas bien, tenía que hacerlas, si alguno se equivocaba no sería ella.
Está bien, llamaría, pero sólo una vez. Se prometió a si misma no pisar su orgullo, y con decisión agarró el teléfono y marcó el número. El teléfono sonó con un "ring" que le sonó demasiado grave, demasiado largo, la pausa hasta el siguiente "ring" fue interminable y empezó a dudar de que alguien le contestara. ¿Debería insistir hasta contactar? Al otro lado, el teléfono seguía dando llamada. De repente hubo un sonido brusco, unas eternas centésimas de segundo de silencio y luego una voz...
"¿Dígame?"
"Hola... soy yo... He visto las noticias..."
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