REPRODUCTOR MUSICA

lunes, 11 de abril de 2011

Reflexiones sobre una flor ignorada

Se apagó la luz y entonces lo escuchó, una negativa expresada como con prisa. No había nadie más que le contestara. En el cobijo de la sombra de una inmensa montaña a punto de derrumbarse ella escuchaba una y otra vez las palabras que el eco le repetía. Y la verdad sospechada se hizo patente en la oscuridad de una mente  sombría, y ya no hubo arco iris que buscar tras la tormenta. 

Había una vez una flor descolorida, pequeñita e inmóvil que crecía entre los pastos y los árboles frutales. Solitaria, aunque rodeada de las hojas que crecían en el tallo de su planta madre, cada día recogía tímidamente su pedacito de sol y sus gotitas de agua, como con culpa, pues parecía que nada era suficiente para que un hermoso color brillante explotase en sus pétalos. Las abejas y las mariposas volaban a su alrededor, pero rara vez alguna se posaba para probar su néctar, y pensó que quizá su sabor era agrio. Empezó a temer que la primavera acabara, sus pétalos se cayeran y que de ella sólo quedase un seco tronco erguido en mitad de la nada sin que ninguna otra flor creciera a su lado jamás. Y una mañana mientras caía sobre ella el rocío helado descubrió que no importaba si al llegar el estío que la marchitara ante sus ojos solo había desierto. Entendió que no era necesario que sus colores fueran llamativos o hermosos pues el sol igualmente los quemaría, y que tampoco era importante que ningún insecto se parase a visitarla, porque aunque sus colores fueran pálidos, su tallo raquítico y su néctar amargo, lo que no podría cambiar ninguna de estas cosas era que en ese prado, alguna vez, se había esparcido su aroma.

Al día siguiente, una niña de trenzas rubias y vestido de vivos colores se detuvo ante ella y, sin más, la agarró por el tallo y la separó de la tierra que la alimentaba, la llevó a su casa y la colocó en su mesilla de noche con el tallo sumergido en un vaso de cristal. La pequeña flor se apagó rápidamente, sus colores se volvieron cada vez más negros y en pocos días murió. Mientras su vitalidad la abandonaba, la pequeña flor se sentía afortunada. No sólo había llenado de aroma su prado, sino también el dormitorio de una niña que, de vez en cuando, había acercado su nariz para disfrutar de su perfume. Y sonrió mientras el primer pétalo caía sobre la superficie blanca de la mesita de noche.

A cada palabra puede seguir un suspiro, cada sonrisa puede continuar con lágrimas, cada sueño acabar en pesadilla, pero si tienes en tus manos el calor de tu propia soledad al apoyar en ellas el rostro compungido disfrutarás de cada suspiro, cada lágrima y cada pesadilla como si del mejor poema de amor se trataran. Vivir es un regalo que cuesta muy caro.

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