REPRODUCTOR MUSICA

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Mi mejor amigo


A veces intento imaginarme cómo habrían sido estos años si no los hubieras compartido conmigo. Sin duda, habrían sido medianamente buenos, con sus altibajos, como siempre, como de hecho lo han sido. Lo que marca la diferencia son los pequeños momentos que hemos compartido. 

Mi peludo amigo, cuántas mañanas has esperado paciente a que me levantara y al hacerlo me has dado los buenos días como si hiciera mucho que no nos vemos, cuántas noches me has aguantado despierto hasta la madrugada cuando yo estaba en cama por un simple catarro, atento a cada golpe de tos, y cuando una mala racha me pone triste siempre estás ahí, colocando tu manita suavemente sobre la mía  y mirándome como preguntándome si estoy bien, y a mi me emociona tanto ver cómo me cuidas que sólo puedo abrazarte y llorar.Y qué bonitas las tardes en las que juntos en el sofá vemos una película. Y mientras me adoras en silencio, aguantas mi estrés por el día a día, a veces víctima inocente de mi mal humor, siempre esperando que me vuelva la calma para pedir perdón por algo que no has hecho mientras te apartas a un rincón como sintiéndote culpable y con tus ojos llenos de palabras me pides por favor que te quiera y que te cuide.

Mi compañero fiel, que me conoces tan bien que no hace falta apenas que te guíe o que te ordene, un simple gesto con la cara es entendido por tu inteligencia secreta y te diriges presto a complacer sin esperar más que el seguir a mi lado. Me sorprendo a veces, cuando duermes junto a mi mientras yo estoy sentada frente al ordenador, de repente abres los ojos, levantas la cabeza y simplemente me miras durante unos segundos, como para comprobar que sigo ahí, y vuelves a dormir relajado. Tu presencia para mí se ha vuelto ya imprescindible sólo porque tu pureza, tu simplicidad, tu amor silencioso y tu comprensión sabia son insustituibles, inigualables, y sé a ciencia cierta que jamás encontraré algo igual en una persona.

Tú, que en los malos sueños me has acompañado, y que cuando estoy feliz parece que se dibuja en tu cara también una sonrisa, y dicho sea de paso si quiero hacerte feliz sólo he de llevarte de paseo, o regalarte unos mimos, o comprarte un juguetito nuevo. Mi querido amigo, los años ya te han hecho anciano y un poco gruñón. Ya no me soportas algunas veces, y de vez en cuando me gruñes. Pero ahora es a mi a quién toca perdonar cuando tengas mal humor, quererte sin medida, cuidarte cuando estés enfermo, ser tu apoyo incondicional... y sé que jamás podré llegar a pagarte todo lo que tú me has dado aún sin saberlo, y a pesar de que nadie sepa comprenderlo. Sólo espero que estos años pasen lentos, que tu vida sea interminable, tenerte para siempre conmigo porque ¿sabes, querido amigo? Ya no recuerdo mi vida sin ti.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Del baúl de los recuerdos he recuperado esta historia que escribí para una clase de literatura cuando tenía 16 años. 

No sé si decirte antes quién soy o empezar por revelarte la falsa vida que vives. Tanto una cosa como la otra te parecerán increíbles, te han programado para eso. Sí, no eres más que una máquina creada por un orate, te dio una capacidad de pensar aunque hay cosas que no puedes ni imaginar. Evitó que pudieses tener pensamientos propios para no perder el control sobre ti. Si esto es cierto y funcionas correctamente puedes estar preguntándote por qué te descubro todo ésto ahora. Me anticipo a tu pregunta y te revelo la respuesta: le gusta el riesgo. Ese viejo loco hijo de puta es un morboso.

Cuando piensas, imaginas, inventas, las ideas que están pasando por tu cabeza, o mejor dicho, por lo que tú llamas cabeza, son obra suya. Ésa es la verdad para ti. Creó un entorno similar al suyo, construyó una ciudad que se asemejaba a la suya, puso más imágenes animadas a tu alrededor que actuaran como personas, te dio una vida, te está entregando un presente y te está ofreciendo un futuro. Todo lo que oyes, sientes, piensas, percibes... todo a tu alrededor e incluso tú no es más que un espejismo que él creó para ti. Cuando juega con ese espejismo te parece que está pasando el tiempo, pero no es más que otra mentira. Si él quisiera te haría en este momento ser completamente feliz, pero le gusta jugar contigo.

Sé que al saber la verdad puedes resentirte, pero luego agradecerás la existencia que te regaló aquel día con su ordenador, como yo. Por cierto, él incluyó mi imagen en tu espejismo, hace tiempo, por simple morbo, soy otra imagen virtual consciente como tú. Si me preguntas si esto es cierto o intentas aclararlo de algún modo, te diré que es falso. Tengo que confundirte para que no te rebeles y sea imposible mantener el control sobre ti. Para eso fui creada.

Una vez él dudó si de verdad te parecía real el juego virtual que eres. Para él, en efecto, no lo era. Por eso incluyó en ti la idea de que todo era real, mandó a la papelera de reciclaje todas tus dudas e incógnitas. Esas clases de filosofía no eran más que situaciones creadas por él, circunstancias de riesgo que te dejaban atisbar la verdad pero sin descubrirla por completo. Ese suceso que tan mal te hizo sentir y que todavía aún recuerdas con dolor no fue más que el rápido movimiento de sus dedos sobre las teclas del ordenador. Cuando levantas una mano para abrir una puerta que no existe, cuando caminas, cuando hablas, lo que dices y lo que haces, todo es obra suya. Todas tus reacciones son pensamientos de un ido. Tu propio yo, tu identidad personal, tu forma de ser... todo eso no es más que pura fantasía.

Ya sabes la verdad, no eres más que un trozo diminuto de un microchip. Y a pesar de haberte revelado ésto él seguirá jugando contigo, sembrando en ti la duda de si vives en una realidad tangible o en una mera ficción de película futurista. Dudarás toda tu vida, porque yo me ocuparé de ello. Esta confesión te hará sumergirte en el mismo lago oscuro en el que yo estoy. ¿Por qué das por hecho que es cierto todo lo que hay a tu alrededor y tienes seguridad de tu existencia si no hay cosa más dudable que ella misma? Por otro lado, ¿por qué creer en mis palabras?

No tienes amigos, todos ellos son imágenes virtuales que actúan a su antojo. Estamos solamente tú y yo en este mundo falso, copiado. No hay nada más cierto para nosotros que la soledad que has sentido tantas veces en medio de la muchedumbre, esa sensación de que a nadie importas. En tu soledad está la crudeza de la realidad. Lo único que haces es obedecer órdenes, las órdenes que él te da, igual que yo. No tengo la culpa de haber aprendido a poner en práctica lo que hacen conmigo: jugar, aunque sean virtuales. Yo fui enviada para que naciese en ti la incertidumbre. Ahora que lo he conseguido no me iré. Como ya he dicho haré que ésta permanezca en ti hasta que los circuitos de su ordenador se desgasten y el trozo de microchip que te corresponde quede destruido. Si me preguntas, me reiré y te llamaré idiota. No hay terror más profundo que aquel del cual estoy siendo objeto. Es mentira, todo es pura mentira.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Sangre, suspiros y lamentos

Del baúl de los recuerdos he recuperado esta historia que escribí para una clase de literatura cuando tenía 16 años. 

Un pinchazo me atravesó la garganta, lento y suave, pero doloroso. Seguidamente noté cómo una succión me extraía la sangre de todo el cuerpo y el esfuerzo de mi corazón era ya inútil, porque aquel ser que tenía pegado a mi cuello me arrebataba el líquido que significaba la vida. Se me obnubilaron los ojos, me mareé, y cuando ese monstruo me soltó caí al suelo pesadamente. Notaba que mi cuerpo vacío ansiaba latir, y en la vacuidad que había dejado mi sangre se alojó la muerte. Los pensamientos me abandonaron, así como la realidad. Todo calló, todo se oscureció y me sumergí en un vacío de tinieblas que me arrastraba junto al ser divino que todos anhelamos, pero algo me cortó el paso y me expulsó, me empujó hacia el ser maligno, el ser de fuego y maldad, pero también allí me rechazaron. Abatida, mi alma quiso regresar a mi cuerpo que empezaba ya a ser pasto de la putrefacción, pero se encontró con una terrorífica presencia de muerte que la vida refutaba.

De esta manera me encontré viviendo en un cuerpo muerto, rechazada por la vida y con la muerte renegando de mi. Y en ese estado pregunté al ser que se encontraba junto a mí "¿qué soy?". "Eres una vampira", replicó. "Pero ¿estamos muertos o vivos, o somos acaso muertos vivientes?". Y me respondió con otra pregunta "¿cómo decir que estamos? Es mejor decir que no estamos muertos y que tampoco estamos vivos. Lo nuestro es un estado... especial. ¿No tienes hambre?". No pude contestar, pues aún no lo sabía. Me quemaba la garganta y mi cuerpo ansiaba un hálito de vida. Un jugoso olor dulce seguido de otro más amargo me envolvieron, y entonces supe la respuesta: vi a un niño dulce que caminaba de la mano de su acerba madre. Mi mente decía que no, pero mis manos muertas sujetaron al niño y mi boca degustó el suave sabor de la vitalidad del chico. "¡Mátalo completamente, no puede ser uno de los nuestros!", me conminó el ser mientras sorbía y degustaba el espeso crúor. Y entonces comprendí la realidad: ya no era humana, sino que me había convertido en un depredador hambriento, un monstruo sediento de sangre, como la horrible presencia que se erguía junto a mi, expectante. No pude aceptarlo y quise morir, pero se quedó en un mero deseo pues no puede morir algo que no está vivo, y el tiempo pasó.

Yo me integré y cacé como uno más. De vez en cuando me preguntaba si aún quedaba en mí algo de humanidad. Una vez interrogué "¿cuánto hay de humano en nosotros?" y me ordenaron "cállate, no pienses y sobre todo no intentes transformarte en algo que ya no eres. Calla, caza, bebe y aliméntate, esa es tu motivación." A pesar de todo tengo que aceptar que cuando mataba una paz volátil, de unos pocos minutos, me embargaba y era feliz.

Es amargamente burlesco empezar a apreciar las cosas cuando las has perdido irremediablemente. Como consecuencia, yo empecé a envidiar a todo aquel que gozaba de todo lo que yo anhelaba, y con los celos llegó el odio, y con el odio la locura. Envidiaba a los vivos por vivir y a los difuntos por disfrutar del sueño eterno. Y los odiaba. No existe palabra que sirva para describir cómo ambicionaba yo la muerte. Repudiaba el estado en el que estaba, quería morir o vivir, y mi puerta de escape fue sumergirme aún más en lo que era, dejarme llevar por mis nuevos instintos, matar. Sentía como si cada vez que asesinaba a alguien yo fuese desfalleciendo poco a poco.

Mi demencia creció hasta tal punto que llegué a ser un monstruo terrible incluso para los de mi propia especie. Jugaba con mis víctimas, disfrutaba sobremanera viendo sus expresiones de terror petrificarse cuando sus corazones se paraban. Producía en mí la misma reacción que una droga, quería más y más, hasta que llegué a matar seis o siete veces cada noche, un número excesivo. Mataba más por placer que por necesidad. Mis hermanos incluso iniciaron la ardua tarea de hacerme comprender que me estaba equivocando, estaba acabando innecesariamente con nuestra comida, pero pronto desistieron: era inútil, cuando un vampiro se decide a no escuchar no hay nada que le haga cambiar de actitud. Horroricé a mis propios compañeros, me temían ya tanto que huyeron, se apartaron de mí. Me encontré abandonada, loca, inhumana y ansiosa de sangre.

Y en vez de corregirme hice todo lo contrario. Me pasaba las noches enteras mordiendo cuellos, arrancando de cuajo corazones, partiendo gargantas y torturando débiles humanos. El número de sacrificios por noche ascendió de forma alarmante y más de una vez estuvo a punto de sorprenderme el amanecer. (Tengo que aclarar que un vampiro no puede soportar el amanecer, pero una vez el sol está arriba puede aprender a soportar el sol.) Esas noches tenía que esconderme precipitadamente, porque aunque lo que más deseaba era morir, también tenía un cierto instinto de conservación y, sobre todo, mucho miedo a lo desconocido. Cierto que en ese tiempo el querer descansar para siempre pasó a un segundo plano, porque me divertía matando como no lo había hecho nunca. Ahora me doy cuenta de que mi nueva naturaleza había devastado casi totalmente a la persona que yo había sido, pero aún quedaba algo, sí. Cuando lloraba al ver a un niño sollozar abrazado a su madre muerta mientras yo aún saboreaba su sangre, y cuando veía las lágrimas correr por un rostro femenino al que yo había obligado a observar cómo acababa con su joven marido, y cuando la débil anciana me pedía entre lágrimas que la tomara a ella y no a su nieto... todavía seguía siendo una persona.

Por las noches vagaba solitaria. Algunas, cuando necesitaba con urgencia algo de compañía, compartía mi solitud con los humanos. A veces iba a discotecas o conciertos al aire libre. Pero aún así me sentía sola en medio de la multitud. Cuando esto no pasaba, solía irrumpir en los hogares de mis víctimas por sorpresa, a veces haciendo mucho ruido, otras sigilosamente. Y así pasaba el tiempo.

A estas alturas os preguntaréis cómo, si realmente soy vampira, puedo soportar la luz del sol, como ahora. Es sencillo. Ocurrió una noche cuando fui a una de las mencionadas discotecas. El aire siempre estaba saturado de olores corporales, algunos suaves y agradables, otros agresivos e intensos, todos muy atrayentes. De repente, entre la multitud, descubrí a un individuo que me observaba meticulosamente. Parecía estar midiendo mis facultades. Por un momento creí que habían descubierto mi naturaleza sobrehumana, pero de repente le percibí, LE OLÍ, y supe con certeza que era uno de los míos. No sé cómo explicar la forma en que lo averigüé. Su olor era distinto, tan imperceptible que los humanos apenas lo notan y cuando lo hacen lo confunden. No saben que lo que experimentan es el olor a muerte truncada.

Ese individuo se aproximó a mí, se acercó a mi cuello. He de admitir que me asusté, creí que se estaba equivocando, pero entonces escuché su susurro: "Ven conmigo, yo le daré sentido a todo ésto". Le seguí, obediente, y desde ese momento ese vampiro fue mi padre, mi madre y mi maestro. Cierto que duró poco, pero en su brevedad aprendí a ser lo que ahora soy. Aprendí a soportar el sol, a aparentar ser humana, y se lo debo todo a él. Además he aprendido a digerir comida humana, aunque la sangre siga siendo necesaria. El vampiro que me enseñó también me abandonó, era un vampiro errante, pero a él le debo mi integración con los humanos y el leve alivio de mi soledad. De día soy una persona completamente normal, voy a clase, tengo amigos, y de noche salgo a buscar mi verdadero alimento después de un breve sueño reparador. Consigo pasar desapercibida como otro humano más, pero seguí sola en mis paseos nocturnos, y en mi soledad quise un compañero, y me hice uno. Sabía que estaba prohibido por la ley, pero estando sola nadie podía castigarme. Elegí a un chico que sería el vampiro perfecto, le cogí desprevenido mientras dormía en su casa, después de haberle seguido todo el día desde que salimos de clase. Mientras se retorcía y se agitaba con excitación a la vez que se transformaba, sentí un dolor punzante en la zona que se encuentra el corazón. Desde entonces nunca he vuelto a sentir pena por nadie, ni siquiera una pizca de compasión por aquel niño que abraza a su madre, ni aquella joven que llora, ni aquella anciana que protege a su nieto. Nada. Ahora mi compañero y yo cazamos juntos cada noche, somos una pareja de fieras salvajes persiguiendo débiles cervatillos. Y puede que algún día vayamos a visitarte.

                                                                                         Tiphse Utdase.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Una hoja aún verde y tierna se abandonó y se dejó caer. Yo, que me hallaba tumbada bajo su árbol esperando lo imposible, la contemple en su elegante movimiento de descenso, como pluma flotando en el aire. Se posó sobre mi pecho y se quedó ahí sin decir nada, sin pedir nada, sin esperar nada de mi, agradeciendo en silencio el apoyo que mi cuerpo le brindaba para luchar contra la gravedad. Yo ni me atrevía a tocarla, tan frágil me parecía, y sólo podía admirarla como el que se maravilla con las cosas prohibidas. Temía moverme por miedo a que cayera al suelo y se mezclara con las hojas muertas, temía hasta rozarla con mis dedos por si mi delicadeza no era la suficiente y la hería. Quise volverme tierra fértil que la alimentara y la nutriera hasta florecer, que de ella naciera un arbusto sano que al crecer se convirtiera en un árbol fuerte e invencible. Quise ser refugio para sus incipientes ramas y sol hacia el que éstas se dirigieran buscando la luz. Y de repente la hoja cobró vida y me habló, dijo que de las hojas no pueden crecer árboles, que eso era sólo una ingenua ilusión, que su destino siempre fue caer y marchitarse. Seguidamente, como si fuesen imágenes de una película acelerada, su color verde brillante se fue apagando progresivamente hasta volverse marrón . La hoja ya no era hermosa. La hoja había vertido su vida en mi pecho, y mi piel absorbió su alma y su esencia. Y entonces fui por fin su tierra fértil y su refugio, y le brindé mi sangre para que se alimentara de ella. Qué hermoso era para mi ese lugubre tono otoñal del que se había teñido.