En mi mundo imaginario yo soy un árbol inerte que observa impotente el paso del tiempo y la sucesión de acontecimientos. Mis ramas secas ya casi rozan el suelo color amarillo (como el camino que anduvieron el hombre de hojalata, el león cobarde y la niña de los zapatitos rojos). Mis ramas nuevas tienen hojas pequeñitas que se esconden para no ser heridas por el abrasivo sol.
En mi mundo imaginario también soy un vencejo, que en su vuelo interminable observa desde una perspectiva superior ganando en objetividad, pero perdiendo en dedos de frente. Y es que cuando se trata de mi no hay objetividad, mis sentimientos me embaucan, traidores, me engañan y me arrastran hacia su cárcel y me hacen su esclava, y sólo me queda esperar hasta que un sentimiento antagonista luche y me libere de nuevo. Como un criminal reincidente, no hago más que entrar y salir de esa cárcel.
Mi mundo imaginario teme al terremoto, a la tormenta y a los huracanes. No hay trincheras ni refugios, sólo millones de kilómetros áridos con algunos oasis y justo en el centro del desierto, una enorme selva llena de fauna y flora donde vive una escurridiza serpiente de enormes dientes tóxicos que de vez en cuando me hipnotiza con su baile sinuoso y súbitamente me ataca, impertérrita quizá por el uso, dejándome siempre a merced del delirio y el shock provocados por el veneno.
Voy a destruir mi mundo imaginario. Hoy seré aquel avión pilotado por Claude Eatherly y dejaré que el hongo caiga en el centro mismo de la selva. Habrá un invierno nuclear en mi mundo imaginario y moriremos todos. Entonces, en ese mismo momento, miraré hacia otro lado y comenzaré a construir mi nuevo mundo imaginario en otra parte. Esta vez quedan exiliados los sentimientos que esclavicen, las serpientes y las tormentas. ¿Quieres venir a vivir a mi mundo imaginario?
excelente esrito, hermoso tu mundo imaginario. Gracias
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