REPRODUCTOR MUSICA

miércoles, 6 de marzo de 2013

Aquellos que lloran

Este papel se llenó de palabras justo después de que la esperanza se volviera un recipiente vacío, un terreno árido y desnudo, justo después de ver en los ojos del destino la promesa de la nada, en el momento exacto en el que del terreno nació un pequeño brote debilucho y frágil. Estas palabras no son más que el fruto de un dudoso renacimiento, pendiente de un hilo, a ratos moribundo. Y como este mal llamado fruto está herido casi de muerte, agujereado como aquel barco que hizo aguas tras chocar con el iceberg, de vez en cuando se asoma por él un gusano hambriento cuya misión es, únicamente, devorar sin piedad cualquier sano y jugoso trocito del antiguamente lozano fruto.

Y ya que me puse a escribir, aprovecho para dar mi más sentido pésame a todos aquellos que jamás perdieron, pues nunca sabrán apreciar el valor de lo logrado. Yo fui pequeña y sencilla, desapercibida y valiente, secretamente consciente, y mientras me consumía en la cárcel de opiniones ajenas fui libre de ser en mi mundo infinito. Un día, además, me volví valiente y quise volver real mi mundo imaginario. El dolor vivió entonces su momento glorioso, se mostró ante mí con toda su extraña belleza, con su implacable certeza y yo me abracé a él, aceptándolo como parte de mi, pues en él y no en el efímero esplendor de la despreocupada sonrisa se hallaba la posibilidad de la grandeza futura. Me forjé cual herradura artesanal. Y ahora me pregunto si tanto esfuerzo tuvo alguna vez sentido...

Es fácil dar consejos desde la seguridad de la distancia, donde nada es tuyo y nada duele. Todos miramos con cierto aire de superioridad ante la banalidad de los problemas ajenos. Nadie es enteramente parte de ti mismo. Ni el mejor de los oradores es capaz de llevar la empatía a su máxima representación. Quizá porque lees y te identificas crees que me comprendes, que te comprendo, que no estamos solos, y ahora me toca a mi lucir esa mirada de superioridad para decirte que eso no es más que una estúpida ilusión de tu propio mundo imaginario, ese en el que llevas viviendo desde niño y que eres demasiado cobarde para mostrar abiertamente a los demás. Ahora sonríe, justo así, con ese aire de superioridad del que hablábamos antes, resopla con cierto desprecio, si gustas. Yo sé que tus ojos están luchando por contener las lágrimas pero puedes estar tranquilo: yo no se lo diré a nadie. Ahora haz click en cerrar página y vete de mi mundo de la misma manera en la que has entrado: refugiado detrás de un montón de pixeles. Vuelve a tu mundo repleto de cobardes.