Había una vez una mujer hermosa y joven, con toda la vida por delante, con un mundo enorme escondido debajo de su cabello, con grandes capacidades por explotar. Esa mujer un día decidió que yo nacería, que su mundo escondido, sus capacidades y toda esa vida que tenía por delante la dedicaría a ser, sobre todo, madre.
Y es ahora cuando me miro, con una vida que estoy comenzando a construir, y me doy cuenta de que cuando ella tenía la edad que yo tengo ahora ya era madre de dos hijos y me pregunto cuántas cosas que yo estoy luchando por lograr sacrificó ella por esos dos únicos proyectos a los que dedicó su vida: mi hermano y yo. Miro al mundo y siento orgullo, orgullo porque mi madre me enseñó los valores importantes gracias a los cuales soy una persona que se respeta a sí misma.
Los hijos a veces no sabemos estar a la altura de ese sacrificio, a veces somos egoístas, o tan ingenuos que no nos damos cuenta. Sé que por circunstancias mi infancia no fue plato fácil para mis padres, pero jamás se rindieron y gracias a ellos hoy puedo escuchar la música, la voz y el canto de los pájaros.
Hoy las dos somos adultas, ella y yo, dos mujeres con ideas propias y muchas diferencias a veces, pero ninguna de esas diferencias cambiará que admire, quiera y respete (aunque nunca se lo diga) a esa mujer que para mí es la más perfecta del mundo.
¡Feliz día de la madre, mamá!
Yesenia Pineda.