No permitiré que la tristeza de tus ojos empañe mi boca. La verdad sea dicha: la verdad será dicha. Y es que eso es lo que soy: la montura oxidada del caballo de los injuriados que lucha con espada de madera. Y tú, príncipe de los cobardes, hallarás en mis labios el sabor amargo de la verdad contundente y elogiaré sin reparos tu honor y tu ética aunque no dejaré de reprobar tu rendición ante ese raquítico enemigo llamado miedo.
No pretendo ser tu juez ni tu verdugo, sólo la voz de tu remordimiento que te anima a hacer lo correcto. No te pido ser impecable (¡por dios, yo no lo soy!), sino ecuánime.
Ármate de valor.
Te espero aquí.
Hablemos.
Tengo los oídos ávidos y el perdón aguardando. Y es que eso es lo que soy: los brazos abiertos de un aspirante al entendimiento. Y tú, mutismo dominado por el temor, incapaz de abrir la puerta y entrar heroico al cálido hogar del sincero cariño ubicado en la amistad.
Ármate de valor.
Te espero aquí.
Hablemos.
¿No lo ves? Aún te quiero.
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