Hoy el sol salió para mi y me abrazó con su cálido manto invisible. Yo, helada como estaba, congelé sus hilos luminosos y creé un sendero nevado desde mi piel hasta el sol. A mitad de camino el calor del astro rey fundió los hielos, las gotas que se deslizaban reflejaron la luz y apareció el arco iris. Era como un puente multicolor que cruzaba mi gélida estela, a mis ojos como una negativa transparente. El sol se rió: "No hay tristezas que yo no pueda fundir."
Yo incliné la cabeza en un acto de sumisión. Me rendí ante los mandamientos del sol y mis manos agarraron los restos fríos de mi camino. Con fuerza apreté los puños hasta partirlos en pedazos, mantuve las manos cerradas y al poco sentí el líquido frío escurriéndose entre mis dedos, cayendo gota a gota y perdiéndose en el subsuelo. Recordé las palabras del sol: no hay tristezas que yo no pueda fundir, y sonreí ante el descubrimiento de que todos podemos ser el sol.
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