REPRODUCTOR MUSICA

miércoles, 24 de agosto de 2011

Hasta la suela de un zapato

Me levanto con prisa, no he oído el maldito despertador. Se me ha hecho tarde. Desayuno a toda velocidad, me visto con lo primero que encuentro y salgo apresuradamente mientras aún me cepillo el pelo. Conduzco a toda velocidad, maldiciendo los semáforos y a los que renuevan el carnet de conducir después de los 70... Por fin encuentro un lugar para aparcar y salgo del coche. Comienzo a caminar a paso ligero, dejando atrás calle tras calle. De repente me invade una sensación incómoda... Estoy empezando a notar que las decenas de transeúntes con los que me cruzo fijan los ojos en mi con una expresión que no acierto a identificar. ¿Sorpresa? ¿Miedo? ¿Burla? Al principio apenas hago caso, pienso que es una mera coincidencia, pero al final resulta tan obvio que me asaltan las dudas. ¿Me he dejado sin querer las zapatillas de andar por casa? No... ¿Acaso es que tengo una mancha en la ropa? Tampoco... ¿Serán diferentes mis zapatos? No, pertenecen al mismo par... No se me ocurre qué puede ser tan llamativo y tan diferente que capte la atención de todos los paseantes. De pronto se me ocurre... ¿me tizné la cara con algo? ¿Dónde puedo mirarme?

Siento vergüenza de que la gente me vea mirarme en el espejo retrovisor de un coche, pero la curiosidad y el miedo a estar haciendo el ridículo pesan un poco más en la balanza, así que me acerco a un coche con el fin de indagar en mi reflejo, y me miro... pero un momento... un sonido de alarma en mi interior: ocurre algo extraño. Entonces me doy cuenta ¡¡¡que no me reconozco!!! Me invade un escalofrío intenso, el horror explota en mi como una bomba atómica provocándome un ataque de ansiedad del que apenas me percato... ¡¡¡MI CARA!!! Entonces surge, como un pitido incómodo en la base de la cabeza, la terrorífica pregunta:  ¿qué soy?

De repente el sol se oscurece, como si un nubarrón de un negro intenso se hubiera colocado justo delante. Mi instinto hace que vuelva la vista hacia el cielo... y lo veo... veo la suela de un zapato enorme descendiendo paulatinamente justo encima de mi. El tiempo parece detenerse, y a la vez parece ser el segundo más corto de la historia del tiempo. No puedo escapar, va a aplastarme. Mi cuerpo se quiebra y se esparce con un crujido en mitad de un pequeño terremoto cuando la suela golpea el suelo. Me quedo pegada a la goma negra. El oído es el último sentido que se pierde al morir, ahora puedo confirmarlo, pues cuando ya no veía ni sentía pude oír,  muy a lo lejos, la voz de un hombre que decía:
-¡¡Cucaracha asquerosa!!

domingo, 21 de agosto de 2011

De repente me ha explotado la inspiración, o más que inspiración son las ganas. Hoy querría escribir algo sencillo y directo, algo donde dejar constancia de todo este vapor lento y etéreo que se me desprende y que al leerlo todos notaran la humedad cálida en el rostro. Hoy quisiera conocer todas las palabras para que mis frases fueran exactas. Desearía, más que todo lo anterior, que las palabras no fueran intermediarias, comprimir todo en un haz de luz cegadora que atravesando las pupilas llegara directamente al corazón de cualquier lector que quisiera perder un segundo en conocer (o reconocer) lo que miles de latidos cuentan.

Haber paseado esta noche por la telaraña de la poesía me ha recordado poemas en los que me identificaba y descubrirme en otros que me eran desconocidos. Persisten, resonando en mi cabeza, aquellos que tratan sobre ese sentimiento que es la locomotora de mi vida. Y pensando en ellos diría que no me siento poderosa, pero me crezco cuando algo falta y corto lo que sobra. Podría salir disparada a ganar el cielo (cuando encuentro la energía necesaria para impulsarme con mis pies pequeños). Dejo sin dudar mis ojos en el plato y parto a tientas incluso sin preguntar si le gustan mis ojos solos. Sin tácticas ni estrategias espero lograr el mismo resultado y que me necesiten pero sin llegar a ser imprescindible. Vivo como si el conjuro del amor fuese eterno. Soy quién quisiera moldearle en barro y repetirle una y otra vez, porque todas sus virtudes son preciosas, y el haber luchado contra el desencanto tantas veces no me quita la esperanza de que alguna vez no invente la mirada, quizá a menudo erré al apostar todo por nada y sin garantías. A veces acaricio, estrujo y muerdo cuando me transformo en la mujer de humo. Me doy toda y me fundo para siempre hasta que la calidez se vuelva hielo. Jamás me pregunto por qué no hablé o lloré aquel día, pues guardo el orgullo para aferrarme a él cuando ya todo está perdido. Querría ser eternamente la niña que siente mucho y nada sabe, pero me doy cuenta de que hoy sé que no me equivocaré de nuevo cuando sienta mucho.
Y con esto por fin he creado un bosquejo de mi autorretrato en un puzzle cuyas piezas he tomado de aquí y de allá. No confundáis torpeza con reserva, pues sólo llegué a descorrer un poco la cortina. Sólo os cuento lo que no tengo reparos que conozcáis, pues soy consciente de que algunos (muchos) bien podrían ser tomados como ejemplo por aquellos animales protagonistas de fábulas que quisieran perfeccionarse. Y ellos sí me dan miedo. Mucho miedo.

domingo, 14 de agosto de 2011

"Y ya no vi a mi madre más"... Jamás olvidare el momento en que te oí pronunciar estas palabras. Yo estaba sentada en una silla, a tu lado, libreta y lápiz en mano, dispuesta a llenar esas páginas vacías con tu historia y tú, de frente a mi y haciendo esfuerzos por controlar el temblor de tu voz, entraste a esa parcela de tus recuerdos más tristes. De vez en cuando te detenías por unos segundos, a veces para ordenar tus recuerdos en la cronologia del tiempo y otras porque tus palabras te dolían. Yo era sólo una niña que aún creía que el tiempo era infinito y en lugar de arrojar la libreta y arroparte en un abrazo me quedé quieta, me trague el abrazo y seguí escribiendo. Quise creer que si ignoraba el dolor que querías ocultar sin conseguirlo éste desaparecería, y aunque no fue así yo seguí inmóvil en la silla con la misma ilusión de que siempre habría un mañana, pero decidí no torturarte más y ese día dejamos incompleta tu historia en las páginas rayadas de mi libreta infantil.

Con el tiempo me enseñaste que no hay que dejar escapar los momentos. Tu vida se fue apagando y yo seguí estupidamente esperando a un mañana hasta que dejó de haberlo. No obstante te sigo sintiendo muy cerca, invisible, mi protector silencioso que a veces me hace regalos en la noche de San Juan.

Quizá no importe decirlo todo, quizá lo único que importe es que los dos lo sepamos, pero no quiero guardar para mi lo que sonaria tan hermoso. Sólo escuchame mientras me miras a los ojos. Tú lo sabes. Tú lo comprendes.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Inflamable

Enciendo un cigarrillo. La brasa tímida se extingue a la mitad, sin razón aparente, como si no fuera ya capaz de calcinar lo que en otro tiempo fue tan fácil consumir entre mis labios, como una burla, lo material representando la obra que nadie escribió y que me tiene a mi como único espectador porque es mi realidad la protagonista, y mi pasado el antagonista.

Parece que mi silencio pidiera a gritos clemencia, como mi abuelo cuando exclamaba en su imperfecto castellano: "Abaja ya, Migue!" Extraño sus ojos translucidos observando tras unas gruesas gafas de montura marrón desgastada por el tiempo y el uso, esos ojos sabios a pesar de su ignorancia de casi todo aquello que tiene que ver con la cultura. Si supiera que desde algún lugar lejano puede oírme le pediría ayuda en ese tono que él sabría entender. Quizá tengo la creencia estúpida de que al morir nos transformamos en alguna clase de ser omnipotente que puede resolver con un chasquido de dedos cualquier banalidad de nuestro mundo... eso que dejó de ser banal cuando comenzó a quitarnos el sueño y la sonrisa.

Es una noche de pensamientos desordenados, de miradas viajando a ninguna parte, de escalofrios que nacen de un momento en el que el corazón se detiene por centesimas de segundo y quema en los ojos... Es una noche en la que apenas sé escribir porque se me quedan cortas las palabras y mis descripciones se convierten en un rompecabezas mal calculado. Sólo me sorprende la sensación de querer abrazar toda esta angustia y llevarla muy dentro de mi. Sé que entonces la consumiria hasta sus últimas consecuencias, más de lo que soy capaz de consumir este cigarrillo.

P.D. Acaba de cruzarse ante mis ojos una estrella fugaz. Estás ahí, abuelo?