Cuando llegó, con su máscara arco iris y sonrisa abierta, quiso fabricar el mundo con todo lo que salía de su boca. El aire se llenaba de fantasía y los oídos caían rendidos ante los pies de la máscara. Hablando no decía nada, sólo conseguía entretener a la muchedumbre contando historias inauditas, experiencias excepcionales. Pero la máscara sólo era una boca, y la cinta que la sujetaba precariamente no encontraba sujección, pues orejas no tenía. Por eso nadie era oído, sólo entretenido.
Cuando el ajetreo de la vida fue agitando la cabeza de la máscara ésta caía, poco a poco pero inexorablemente, y no había mano capaz de arreglar el desastre inminente. El arco iris se estaba transformando en agujero negro que succionaba y destruía todo a su paso. El agujero negro se hacía cada vez más grande, ocupando cada vez más el espacio, invadiendo los espacios ajenos y corrompiendo, destruyendo... y exigiendo más.
Nada es suficiente. El agujero negro siempre tenía hambre. Más, y más, dejando al mundo sin nadie más que su existencia negra. Un día quiso comer y no encontró absolutamente nada, únicamente a sí mismo. En su infinito egoísmo, en su infinita ambición, había devorado todo y a todos los que le rodeaban. Sólo le quedaba una opción: devorarse a sí mismo.
Y la pena lo consumió volviéndolo pequeño, imperceptible... y negro... irremediablemente negro.
- Yesenia Pineda -
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