REPRODUCTOR MUSICA
viernes, 9 de septiembre de 2011
Una hoja aún verde y tierna se abandonó y se dejó caer. Yo, que me hallaba tumbada bajo su árbol esperando lo imposible, la contemple en su elegante movimiento de descenso, como pluma flotando en el aire. Se posó sobre mi pecho y se quedó ahí sin decir nada, sin pedir nada, sin esperar nada de mi, agradeciendo en silencio el apoyo que mi cuerpo le brindaba para luchar contra la gravedad. Yo ni me atrevía a tocarla, tan frágil me parecía, y sólo podía admirarla como el que se maravilla con las cosas prohibidas. Temía moverme por miedo a que cayera al suelo y se mezclara con las hojas muertas, temía hasta rozarla con mis dedos por si mi delicadeza no era la suficiente y la hería. Quise volverme tierra fértil que la alimentara y la nutriera hasta florecer, que de ella naciera un arbusto sano que al crecer se convirtiera en un árbol fuerte e invencible. Quise ser refugio para sus incipientes ramas y sol hacia el que éstas se dirigieran buscando la luz. Y de repente la hoja cobró vida y me habló, dijo que de las hojas no pueden crecer árboles, que eso era sólo una ingenua ilusión, que su destino siempre fue caer y marchitarse. Seguidamente, como si fuesen imágenes de una película acelerada, su color verde brillante se fue apagando progresivamente hasta volverse marrón . La hoja ya no era hermosa. La hoja había vertido su vida en mi pecho, y mi piel absorbió su alma y su esencia. Y entonces fui por fin su tierra fértil y su refugio, y le brindé mi sangre para que se alimentara de ella. Qué hermoso era para mi ese lugubre tono otoñal del que se había teñido.
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