REPRODUCTOR MUSICA

martes, 20 de diciembre de 2011

Un hogar en el abismo

Miras a tu alrededor y te das cuenta: no hay nadie, sólo estás tú. Entre diversas formas de alegría y jolgorio la gente vive, pero tú llegas a entender la magnitud de tu soledad. Sientes el peso que cae sobre ti y a la vez que tu ánimo encoge las pupilas se tiñen de un color indeterminado con nombre de sentimiento. Es triste averiguar que existen varios tipos de sonrisas. Ver la alegría infantil te pone triste, porque entiendes que aquella época pasó y nunca supiste ver que tu inocencia era una causa y que a su consecuencia ahora la llamas felicidad. Aprendes a vivir un momento de plenitud a través de la risa de un niño que la mayoría de las ocasiones ni siquiera conoces. Admiras la belleza que te rodea, con ansia, como si una camisa de fuerza te impidiera tocarla y poseerla. Ves gente en todo lo alto que no sabe sonreir mientras tú aún sonríes con cualquier excusa en un infructuoso intento de subir un peldaño. Gente en todo lo alto que desprecia lo sublime mientras tú no dejas de apreciar lo ínfimo. Te agarras a lo pequeño como si así lograses levantar la losa que te aplasta. Pides ayuda a gritos y nadie parece oirte.

No encajas.

Ningún lugar es tu lugar.

Tus momentos pasan veloces y tus tristezas se quedan incluso en tus alegrías. Buscas sin hallar, temiendo que no exista. Las ilusiones se derramaron por el camino y mirando atrás en lugar de ver un camino trazado ves el abismo al que has caído. Lo hermoso te pone triste y te hace llorar con una tristeza que jamás imaginaste, un llanto que dejó de ser angustia para convertirse en resignación. Ninguna verdad que haya pasado a la historia y perdurado a través de los siglos puede ya convencerte de su certeza. El desánimo te ha poseído y ya la soledad es una compañera, a veces más deseable que cualquier persona pues, al fin y al cabo, jamás llegará a culminar esa comprensión profunda que esperas. El silencio, al menos, no pronuncia palabras estúpidas o vacías. Si te miras al espejo, justo en lo más oscuro de tus pupilas, encontrarás esa resignación. Seguidamente, miras el rostro donde habitan esos ojos ya casi desconocidos y tus manos querrán romper el espejo.

No encajas.

Ningún lugar es tu lugar.

Ni siquiera tu propio cuerpo.

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